Cuando apareció Internet, hubo una mezcla de fascinación, escepticismo, curiosidad y temor dentro de las organizaciones de todo el mundo. Había miedo a despidos masivos y que lo humano dejara de ser importante. Lo mismo pasó con la invención de la imprenta y con cualquier cambio que diera pie a una revolución tecnológica, social y económica.

Cada transición ha requerido no sólo de adaptaciones tecnológicas, sino también de un profundo cambio cultural dentro de las organizaciones. La irrupción de Internet implicó ajustes en las prácticas laborales, pero, además, una transformación en los valores, actitudes y comportamientos a nivel organizacional. Las empresas que lograron adaptar su cultura de manera efectiva fueron las que mejor pudieron capitalizar los beneficios de Internet para su crecimiento y éxito en el nuevo entorno digital.

Ahora estamos frente a una nueva revolución tecnológica con la llegada de la Inteligencia Artificial, y aparecen los mismos miedos. También se habla que la IA reemplazará muchas funciones laborales y lo humano quedará en segundo plano. Es natural, pues los seres humanos preferimos lo conocido por razones evolutivas; lo desconocido es leído por nuestra amígdala como un riesgo a nuestra sobrevivencia.

Lo cierto es que la Inteligencia Artificial promete cambios tan o más revolucionarios que Internet. Obviamente tiene más riesgos, pero también plantea oportunidades si nos preparamos para aprovecharla. La relación entre humanos e IA debería ser complementaria, no competitiva.

Según un estudio de 2023 realizado por el Instituto Data Science de la Universidad del Desarrollo y AmCham Chile, la mitad de las empresas analizadas están en la categoría “insiders” es decir, la más avanzada en el uso de la IA en productos, procesos y servicios. Probablemente muchas de ellas, ya estaban avanzadas previamente en temas de digitalización.

Sin embargo, es bueno preguntarse si la incorporación de la tecnología ha ido acompañada de una adecuada transformación cultural.

Muchas empresas consideran la adopción de nuevas tecnologías sólo como competencias a aprender y aplicar, desconociendo el impacto que tienen estas nuevas formas de trabajo en su cultura. Claramente la IA no es sólo digitalización.

Un cambio semejante no aguantará organizaciones con estructuras jerárquicas y rígidas, sino horizontales, flexibles y ágiles. De esa forma serán las personas quienes den valor a la tecnología y no al revés.

Una cultura organizacional que funciona con paradigmas de innovación, aprendizaje continuo y experimentación es crucial para adaptarse a la rápida evolución de la IA. Esto incluye proporcionar recursos para la experimentación y el aprendizaje autodirigido, así como reconocer y recompensar la innovación y la adaptabilidad.

La capacitación no debe enfocarse solamente en cómo usar las nuevas herramientas de IA, sino también en cómo interactuar efectivamente con ellas. Los programas de formación deberían incluir módulos sobre ética de la IA, manejo de datos y el impacto de la automatización en la dinámica del lugar de trabajo.

Involucrar a los colaboradores en el proceso de diseño e implementación de soluciones basadas en IA puede ayudar a alinear estas herramientas con sus necesidades y expectativas reales. Esto no solo mejora la usabilidad de la tecnología, sino que también fortalece el compromiso del personal con la innovación.

La verdadera transformación digital comienza por transformar nuestros paradigmas e interactuar con las herramientas que tenemos a disposición, haciendo de la IA un aliado en nuestra búsqueda constante de mejora y crecimiento.